ILO VEYOU
CollBlanc, Culla, Valencia. 2013
Saber bordar comparte algo de aprender a escribir. Seleccionar el grosor de la aguja en función del hilo y de la tela, dominar el lápiz y su presión para lograr líneas más gruesas o más finas, más oscuras o casi imperceptibles. Escribir es también saber pensar, por lo tanto, bordado y pensamiento son partes integrantes de un mismo círculo. A escribir y a bordar, ambas cosas, las aprendí en la escuela y juntas se relacionan con la infancia; y aunque mi escuela era moderna aún conservaba los estertores coloniales de un pueblo chico donde toda señorita debía saber coser, bordar y tejer: esto ultimo lo hago con la mano izquierda, es mi pequeño acto de rebeldía y mi exotismo particular. Así, leer, escribir o pensar me trajo inmensas alegrías y algunas frustraciones, pero bordar, tarea que al principio me resultaba aburrida, tediosa y anticuada, siempre me lleva al terreno de los recuerdos y la nostalgia, a un lugar de calma en el que deseas permanecer mientras no puedes resolver nada más. Es como si en la repetición de las puntadas llenaras el tiempo. Un tiempo de espera y te dejas mecer en él. Bordar es lento. Se avanza con diámetro de hilo y eso es algo muy pausado; justamente en la lentitud hay primor, hay gozo, hay anhelo de envolver con el motivo de esa prenda algo querido. Se borda por adornar y en ese adorno hay una destinación de tiempo especial que al objeto le otorga la cualidad de algo amado. Para esta exposición he decidido partir de este punto, del lugar íntimo del corazón que relaciona todas estas cosas: el tiempo, la labor, los recuerdos y las imágenes. Son fragmentos, instantáneas de historias que, como en los sueños, tienen sentido y fuera de él resultan poco lineales. He elegido un poco al azar las obras de artistas que admiro -hay muchos más y muchas obras-. Las he estudiado, apropiado en parte, reformulado, y como en un acto amoroso -tal como la oruga forma su capullo envolviéndose a sí misma- les he dado otros colores a la melena serpentina de la medusa de Caravaggio, nuevas plumas al estudio de ala de pájaro de Durero, prolongaciones a los guantes de Meret Oppenheim, a los esquemas que parten de los dibujos de Richad Tuttle o las abstractas pinturas de Agnes Martin. Pero también lo hice con la tapa de un disco de Ruichi Sakamoto, las combinaciones de rojos que hacen en los telares de mi tierra -que si logras recortar la mirada parecen un campo arado de lana y color- y para unir las partes el nombre de un disco de Camille, que me dio el título para esta muestra. Porque la música, de un modo menos evidente que la imagen, está muy presente en mí y en el trabajo, entiendo que detrás de los papeles están el repiquetear de la máquina de coser y sus zumbidos, tal como la cantante francesa reproduce experimentando con su voz. Así resulta que Ilo veyou es un conjunto de obras bordadas, unas a mano, otras a máquina; unas en papel y otras en tela de diferentes superficies y texturas que van desde el fino linón al terciopelo, donde el hilo y la línea son eje y motivo. Ilo veyou es un juego de palabras, una asociación fonética, un cruce de pensamientos, una declaración de amor y una reafirmación de sentido a la investigación sobre las diferentes posibilidades que ofrece la línea/hilo que conduce el pensamiento de la mano y la memoria. El hilo es pensado y tratado como joya y como adorno, por ser un material versátil que es fantasía y ornamento, una “bijou”. En esta investigación, la línea del lápiz se comporta como un encaje bordado y el bordado, en diferentes superficies, habla del dibujo. Narro e interpreto otros dibujos y busco en ellos pequeños guiños de complicidad con el espectador, apelando a su memoria visual para reconocer los fragmentos, como el rostro de alguien que sabes que conoces pero no de dónde ni cuándo. Aspiro así a que quien mira obtenga esa certeza borrosa de que compartimos imágenes que nos remiten a recuerdos comunes.